En “El cuento de
las arenas” que os presento hoy podemos encontrar uno de esos aspectos de
nuestro crecimiento espiritual que muchas veces nos producen más temor, como es
la pérdida de la identidad…
Es difícil
aceptar que lo que llamamos nuestra personalidad no somos nosotros realmente:
es sólo una máscara que nos ponemos cada día y que nos impide conocernos
realmente, formada por múltiples capas creadas día a día y año tras año. Cuando
partamos, no nos llevaremos nada de todo eso…
Solamente nos
llevaremos a nosotros mismos. Pero ¿cómo llegamos a conocer nuestra esencia, lo
que realmente somos, que será lo que cruce las arenas?
Para empezar,
rompiendo los apegos, que son como anclas que nos atan a lo que creemos ser.
Mediante la ruptura de viejos patrones, de viejas estructuras, podemos
profundizar en lo que hay detrás y perder el miedo. Porque nuestra esencia
pervivirá.
EL CUENTO DE LAS
ARENAS
Un río, desde sus
orígenes en lejanas montañas, después de pasar a través de toda clase y trazado
de campiñas, al fin alcanzó las arenas del desierto. Del mismo modo que había
sorteado todos los otros obstáculos, el río trató de atravesar este último,
pero se dio cuenta de que sus
aguas desaparecían en las arenas tan pronto llegaba a éstas.
Estaba
convencido, no obstante, de que su destino era cruzar este desierto y sin
embargo, no había manera. Entonces una recóndita voz, que venía desde el
desierto mismo le susurró:
“El
Viento cruza el desierto y así puede hacerlo el río”
El río objetó que
se estaba estrellando contra las arenas y solamente conseguía ser absorbido,
que el viento podía volar y ésa era la razón por la cual podía cruzar el
desierto.
“Arrojándote con
violencia como lo vienes haciendo no lograrás cruzarlo. Desaparecerás o te
convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hacia tu
destino”
¿Pero cómo esto
podrá suceder?
“Consintiendo en ser absorbido por el viento”.
Esta idea no era
aceptable para el río. Después de todo él nunca había sido absorbido antes. No quería perder su individualidad.
“¿Y, una vez perdida ésta, cómo puede uno saber si podrá recuperarla alguna
vez?”
“El viento”,
dijeron las arenas, “cumple esa función. Eleva el agua, la transporta sobre el
desierto y luego la deja caer. Cayendo como lluvia, el agua nuevamente se
vuelve río”
¿Cómo puedo saber
que esto es verdad?
“Así es, y si tú
no lo crees, no te volverás más que un pantano y aún eso tomaría muchos, pero
muchos años; y un pantano, ciertamente no es la misma cosa que un río.”
¿Pero no puedo seguir siendo el mismo río que ahora
soy?
“Tú no puedes en
ningún caso permanecer así”, continuó la voz. “Tu
parte esencial es transportada y forma un río nuevamente. Eres llamado
así, aún hoy, porque no sabes qué parte tuya es la esencial.”
Cuando oyó esto,
ciertos ecos comenzaron a resonar en los pensamientos del río. Vagamente,
recordó un estado en el cual él, o una parte de él ¿cuál sería?, había sido
transportado en los brazos del viento. También recordó –¿o le pareció?– que eso
era lo que realmente debía hacer, aún cuando no fuera lo más obvio. Y el río
elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, que gentil y fácilmente
lo llevó hacia arriba y a lo lejos, dejándolo caer suavemente tan pronto
hubieron alcanzado la cima de una montaña, muchas pero muchas millas más lejos. Y porque había tenido sus dudas,
el río pudo recordar y registrar más firmemente en su mente, los detalles de la
experiencia.
Reflexionó: “Sí, ahora conozco mi verdadera identidad“. El río
estaba aprendiendo pero las arenas susurraron: “Nosotras conocemos, porque vemos
suceder esto día tras día, y porque nosotras las arenas, nos extendemos por
todo el camino que va desde las orillas del río hasta la montaña”
Y es por eso que
se dice que el camino en el cual el Río de la Vida ha de continuar su travesía
está escrito en las Arenas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario