A los Garantes de la División entre los Musulmanes
La integración es la única manera racional y coherente de
revertir el proceso de decadencia en el que estamos sumergidos los musulmanes
desde hace siglos.
Assalamu "aleicum wa ráhmatu Allah wa barakatuh
Es un hecho conocido por todos los musulmanes que nuestra
comunidad ha tenido etapas de gloria en el pasado, en que hubo nobles y justos
gobernantes, grandes sabios y eruditos consagrados al estudio de las ciencias
de la religión, y bravos guerreros capaces de dar la vida por las causas más
sensibles y altruistas. Incluso, en tiempos posteriores al Profeta. Como
ejemplo, podemos citar las hazañas de Harún ar-Rashíd, el califa "abbási
de quien se habla en las Mil y Una Noches, o de Salah ed-Dín Yusuf Ibn al-Aiyúb,
el libertador de Jerusalén. Las mismas hazañas y proezas que la comunidad
ortodoxa de musulmanes ha citado a lo largo de la historia, y que pueblan los
sueños de los musulmanes devotos.
Consecuentemente, es también un hecho conocido que la
comunidad musulmana ha caído en una etapa de decadencia que comenzó hace
siglos, quizás desde el mismo fallecimiento del Profeta, y que con el
transcurso de los años han aparecido numerosos grupos y sectas que se
escindieron de la comunidad principal, generando divisiones y dolorosos
desencuentros entre hermanos. Cada vez que una de estas divisiones se producía,
la comunidad musulmana perdía fuerza y claridad, y eso se manifestaba
principalmente en la pérdida de superioridad moral y militar que antaño teníamos
sobre el resto de los pueblos circundantes, y en la pérdida de territorios y
del favor divino.
Mi propósito con este breve artículo es analizar lógicamente
este proceso de decadencia para comprender cuál sería la forma más natural y
coherente de revertirlo. Analicémoslo racionalmente: si queremos volver a ver
la gloria que el Islam tuvo en los tiempos pasados, debemos entender qué
proceso causó su decadencia y tratar de promover el proceso inverso, ¿verdad?
De recuperar lo que se perdió, en una palabra. Esa comprensión, en teoría, nos
debería permitir revertir ese proceso, de la misma forma en que un niño vuelve
a enrollar un ovillo de hilo cuando comprende cómo se desenrolló.
En su libro Al-Ruh, Ibn al-Qayím escribió:
"La tribulación ha llegado a la religión y su gente. Y se
implora la ayuda de Dios. Los qadaris, los muryi"is, los jariyíes, los
mu"tazilis, los yahmis, y los rafidíes, y todo el resto de facciones de
herejes, aparecieron y causaron discordia sólo por su mal entendimiento de Dios
y Su Mensajero, y esta situación persistió hasta que la religión se convirtió,
para la mayoría de la gente, en aquello a lo que los malos entendidos los
condujeron. Pero esa religión, tal como la entendían los compañeros y los
seguidores de Dios y Su Mensajero, fue olvidada, y tales personas no acudieron
más a ella ni le prestaron atención… … a tal punto que si se analizan los
textos de estas personas de principio a fin, no se hallará que su autor haya,
ni siquiera en un solo sitio, entendido de Dios y Su Mensajero lo que
debiera".
El proceso que llevó a la comunidad musulmana a la decadencia,
como se dijo antes, fue la división interna y el surgimiento de sectas que se
escindieron y separaron de la comunidad principal. Hasta aquí comprendimos
bien. Y sin embargo, este análisis ya conocido no nos ha permitido jamás a lo
largo de la historia revertir el proceso de desintegración y división entre los
musulmanes; por el contrario, lo ha acelerado vertiginosamente. ¿Por qué? ¿Por
qué lo aprendido no nos permitió jamás revertir ese proceso?
La razón es que al igual que Ibn al-Qayím revela en estos párrafos,
los sabios que defendieron aparentemente la ortodoxia no comprendían realmente
el proceso que estaban atestiguando. Observemos este párrafo suyo:
"...a tal punto que si se analizan los textos de estas
personas de principio a fin, no se hallará que su autor haya, ni siquiera en un
solo sitio, entendido de Dios y Su Mensajero lo que debiera".
Esta frase categórica y fatalista, taxativa y excedida en sus
expresiones, muestra un fenómeno poco advertido del proceso de desintegración,
que es cuando un sabio musulmán reacciona violentamente contra una desviación,
desviándose en la dirección contraria.
Toda persona sensata y moderada sabe que no existe un sólo ser
humano sobre la Tierra completamente falso ni otro libre de alguna falsedad: ¿tiene
sentido realmente decir que hay un solo sufí o shi'í en el planeta, que no
comprende correctamente una sola de las enseñanzas del Profeta? ¿No es un exceso,
una exageración, una mentira?
Tales extremos no se dan jamás en el ser humano, porque
pertenecen al reino de lo absoluto, y lo absoluto es una realidad exclusiva de
Dios. ¿Por qué Ibn al-Qayím escribió eso entonces?: "no se hallará que su
autor (hereje) haya, ni siquiera en un solo sitio, entendido de Dios y Su
Mensajero lo que debiera"".
La verdad sobre el asunto está en un famoso dicho del Profeta
(P y B): "Los creyentes, en su mutuo
amor y compasión los unos por los otros, son como un cuerpo que, cuando uno sólo
de sus órganos sufre, todo el cuerpo padece fiebre y permanece en vela" (al-Bujari, 6011; Muslim, 2586).
Esta verdad que manifestó el Profeta (P y B) es lo opuesto a
lo que Ibn al-Qayím, quizás por despecho, escribió en estos párrafos, y la prueba
es que cada facción que se separó de la comunidad se llevó alguna verdad,
alguna parte de su todo, y lo hizo cuando el resto de la comunidad descuidó algún
elemento que era el preferido de este grupo, algún elemento que por ignorancia
o interés fue negado o expulsado de la ortodoxia. Es así como aparecen siempre
las facciones en todo movimiento humano, por una defensa denodada de algo que
ellos entienden muy bien, quizás mejor que el resto de la comunidad, pero en
nombre de lo cual cometen el error de abandonar y descuidar el resto.
En una palabra, lo que nos faltó advertir es que tanto los
herejes como los sabios ortodoxos que se quedaron en la comunidad y la
defendieron, fueron parte del mismo proceso de desintegración, y que ambos se
desviaron, cada uno en una dirección opuesta. Cada uno justificó sus excesos
con los excesos del otro.
Ciertamente, siempre fue y será difícil mantener el equilibrio
en esta comunidad de Muhámmad, el Profeta de la moderación, de la vía intermedia.
Por ejemplo, los shi'íes modernos aparecieron en respuesta a
los sabios ortodoxos que pretendieron cerrar la puerta al iytihád en el siglo décimo,
de cuya época data casualmente la fundación del Estado safávida en Irán, base
del moderno Estado duodecimano. Y es sabido que sus imames han hecho uso y
abuso exactamente de aquello que esos sabios ortodoxos pretendieron negar: el
iytihád.
Los sufíes turcos y asitáticos, aparecieron en respuesta a los
gobernantes y clases acomodadas que presumían de ser ortodoxos pero adoptaban sólo
las formalidades externas de la religión. Los mu"tázilies aparecieron en
respuesta a las innovaciones piadosas de gente irracional, con creencias que
vulneraban el tawhid, y en su celo los mu"tázilies impusieron bajo el
reinado de al-Ma"mún una dictadura racionalista (quizás la única de la
historia de la humanidad) que se desvió en la dirección contraria.
El problema es que todas esas facciones herejes que se
escindieron de la comunidad, son musulmanas. Descarriadas, pero son musulmanas.
Porque cada vez que la comunidad perdió a uno de estos grupos perdió fuerza y
lucidez, como un cuerpo que pierde sus órganos uno a uno. Y si ellos realmente
hubieran sido ajenos a la comunidad, su expulsión no nos habría causado ninguna
pérdida ni decadencia a la comunidad, sino alivio, más claridad y más
fortaleza. Pero sabemos que no fue así, ¿verdad? Cuando un objeto extraño
penetra en un cuerpo sano (un gérmen, una bala, una piedra, un gusano, la punta
de una lanza), su expulsión causa alivio y una pronta recuperación al cuerpo. Y
sin embargo, los resultados que registra la historia hacen que la expulsión de
estas sectas o grupos del seno de la comunidad, se asemejen más a una amputación,
que a la expulsión de un objeto extraño o al fin de una enfermedad.
Según este análisis, el único camino posible, lógico y
coherente para recuperar la fuerza y la claridad que la comunidad musulmana
disfrutó en aquellas pasadas etapas de gloria, es la reconciliación: reintegrar
a cada una de esas facciones nuevamente a la comunidad, recuperar lo perdido.
Reconciliarlas a todas y cada una con la ortodoxia, y reconciliarnos con la
verdad que ellos defienden. Esa es la única manera racional y coherente de
revertir el proceso de desintegración y decadencia en el que estamos sumergidos
los musulmanes desde hace siglos: la reintegración.
Ahora, todos sabemos a dónde han conducido a los herejes las
desviaciones que profesaron; todas se han diferenciado con el tiempo claramente
del resto de la comunidad. Pero, ¿a dónde han conducido sus desviaciones a
aquellos que se quedaron dentro de la comunidad, y que pretendieron defender la
ortodoxia? Aquí está el problema, porque no todos los innovadores desviados se
han diferenciado claramente de la comunidad: algunos se han mimetizado.
No es muy difícil adivinarlo. Basta con mirar alrededor. Hagámosnos
la siguente pregunta, por ejemplo: ¿quiénes serían los principales enemigos de
la reconciliación entre las diferentes facciones de musulmanes? ¿Quiénes
protestarían por ejemplo, si un grupo de sufis declara que abandonarían la
bayat y rezarían en la mezquita principal, si quienes allí rezan aprenden el
tasáwwuf? ¿Quiénes pondrían el grito en el cielo si los turcos e iraníes se
unieran, comprometiéndose a abandonar su respectivos errores y a aprender de
los aciertos del otro; si por ejemplo, los turcos adoptaran la devoción de los
iraníes sin perder su credo, y los iraníes abandonaran su credo sincrético y
enseñaran su devoción a los turcos?
Naturalmente, los que hoy en día son conocidos como súper saláfis.
Aquellos que hacen de su día a día una campaña de persecusión contra cada una
de las otras facciones. Aquellos que gritan a voz en cuello que "con
herejes e innovadores no hay reconciliación ni convivencia posible", o
"quien se sienta con innovadores está en el Fuego", y los llaman
"enemigos de Dios y de la Sunnah".
Quienes rechazan y persiguen a las distintas facciones
menores, son los garantes de la división y la decadencia en que se encuentra la
comunidad musulmana actualmente. Ellos defienden la división, son los que
gritan con orgullo y autosuficiencia "¡Viva la diferencia!", y serían
los primeros en oponerse a la reintegración y reunificación de los musulmanes.
Son como la costra que ha dejado la cicatrización de un miembro amputado, y que
impide volver a unirlo a su cuerpo.
En el pasado, los sabios que así obraron (y fueron muchos)
fueron como un padre que, cuando uno de sus hijos se descarría y le desobedece,
lo expulsa de la casa y le dice: "Demoleré el cuarto en que vivías; ya
nunca más habrá lugar para tí en esta casa". Y aunque el hijo se
arrepienta y quiera volver, el padre no lo permitirá, porque es demasiado
arrogante.
Tales sabios, más que defender la ortodoxia, la han estrechado,
la han reducido; le han quitado dinamismo y flexibilidad en nombre del miedo y
la prevención. Y es así que hoy en día el legado y ejemplo del Profeta fue
desmembrado y cada facción se quedó con una parte de su preferencia, rechazando
el resto y sin tener la humildad para beneficiarse ni aprender lo que sabe el
otro.
¿Qué grandeza puede alcanzar una comunidad que expulsa a sus
hijos en un momento de su historia y los condena eternamente al exilio? ¿Cuán
lejos puede llegar una comunidad si se priva poco a poco del apoyo y de los
puntos de vista de cada uno de sus miembros?
En la actualidad, estos sabios que han estrechado la visión de
la comunidad ortodoxa han dejado su legado también. Multitudes de imitadores de
sabios (muqállidún) y aprendices de la religión, sufren sobresaltos proféticos
y pretenden purificarse maldiciendo a sus hermanos y condenándolos al Infierno.
Sus argumentos suelen ser tan irrefutables como repugnantes sus métodos.
Quizás peco un poco de pesimista, pero la mayoría de ustedes
estarán de acuerdo conmigo en que revertir el proceso de desintegración de la
comunidad del Profeta (P y B) es una utopía muy idealista y muy improbable. Los
turcos no abandonarán los trajes europeos por las barba de los persas, y los
persas no abrazarán el credo ortodoxo de los turcos. Y los garantes de esas
divisiones defenderán a capa y espada cada muralla, cada alambre de púas, y
cada barrote que nos separe, gritando como siempre hacen "¡Viva la
diferencia!".
Quiero, entonces, mandarles un saludo a todos esos garantes de
la división, a aquellos que viven agitando fantasmas, a esos rentistas del
miedo, que parasitan la mansedumbre y tolerancia del Pueblo de Muhammad.
Ustedes, que quieren asumir el papel de padres de la comunidad, no son más que
otro de sus hijos descarriados, como los demás, y ciertamente de los más pequeños
e imberbes. Una nueva secta que, como todas las anteriores, quizás no se digne
a recapacitar hasta que el verdadero padre de esta comunidad, el Mesías 'Isa
Ibn Mariam, aparezca y les dé un buen tirón de orejas o los endereze con su
espada.
Pero como hermanos quiero recordarles, como dijo Dios en el
Sagrado Corán: "a cada ser humano no le corresponde sino aquello porque lo
que se esfuerza", que recibirán como recompensa en el Más Allá aquello a
lo que consagraron sus vidas aquí en la Tierra: dolor, incomprensión, separación,
rencor, división, discordia... soledad.
Autor: Mo'ámmer al-Muháyir.